Este artículo fue publicado hace más de un año, por lo que es importante prestar atención a la vigencia de sus referencias normativas.

De Colciencias a Minciencias


En enero de 2019 el Congreso aprobó la creación del Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación –Minciencias–, con el propósito de lograr un mayor aporte de la ciencia, tecnología e innovación –CTI– a los grandes desafíos nacionales, entre ellos, el aumento de la productividad. Un aporte buscado durante años mediante múltiples misiones, leyes y decretos, que en el papel resaltan la importancia de la CTI para resolver los problemas del país, pero que en términos de capacidades y recursos se quedan cortas para lograr este propósito.

Por ejemplo, la Ley 1286 de 2009 buscó “fortalecer a Colciencias para lograr un modelo productivo sustentado en la ciencia, la tecnología y la innovación, para darle valor agregado a los productos y servicios de nuestra economía y propiciar el desarrollo productivo y una nueva industria nacional”, pero nunca contó con los recursos –financieros ni humanos– para poder cumplir ese objetivo.

Los resultados son evidentes. De hecho, según el Global Innovation Index de 2019, publicado recientemente, a Colombia no le va bien; perdió cuatro posiciones frente a 2018 y quedó en el puesto 67 entre 129 países.

La peor posición la obtuvo en los subpilares de relaciones para innovación (109) y difusión del conocimiento (90), lo cual no sorprende, dado que la brecha entre insumos y resultados se mantiene. Esto último, debido a la desconexión existente entre generación, transmisión y utilización del conocimiento en el país.

Para que el nuevo ministerio, en cuya estructuración se está trabajando, pueda llevar a cabo la misión que se le encomendó, deben tenerse en cuenta los siguientes tres grandes retos. El primero, generar la articulación entre los distintos actores que deben hacer parte de un sistema nacional de innovación. El segundo, centrar los esfuerzos en conseguir recursos de distintas fuentes para potenciar la CTI en el país, y no limitarse únicamente a administrarlos.

Pese a que en 1994, la Misión de Sabios recomendó aumentar la inversión en CTI para llegar a 2 % del PIB en 2004, meta que se ajustó a 1 % del PIB para 2018, ni una ni otra ha sido posible. Lograr un avance significativo requiere nuevas fuentes de financiación, tanto públicas como privadas, que sean las más adecuadas para las actividades a realizar.

El tercero, y quizás el más necesario para lograr que en efecto la ciencia, tecnología e innovación se conviertan en motores de productividad y crecimiento, es un cambio profundo de mentalidad, tanto de la academia como de las empresas.

Si bien el poco avance en CTI se debe en parte a la falta de recursos financieros y humanos, también es cierto que no ha habido la disposición de las partes para trabajar conjuntamente en aras de solucionar los problemas del país.

Al respecto, resultan ilustrativas las palabras de Brigitte Baptiste en una entrevista reciente en El Espectador, cuando afirmó que “la ciencia que se ha hecho es bastante abstracta, e incluso, bastante inútil para ayudar al desarrollo del país” y subraya la necesidad de que el país sea más consciente de cómo organiza su investigación. De igual modo, la actividad productiva no puede seguir alejada de las soluciones disponibles para aumentar su productividad.

La creación del Ministerio de Ciencias es la oportunidad para apostarle al futuro y no quedarse, como bien decía la Misión de Sabios de 1994, “al filo de la oportunidad” (una vez más).

Rosario Córdoba Garcés
Presidenta del Consejo Privado de Competitividad

Rosario Córdoba Garcés

Economista y Magister en Economía de la Universidad de los Andes. Actualmente se desempeña como presidente del Consejo Privado de Competitividad

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