Este artículo fue publicado hace más de un año, por lo que es importante prestar atención a la vigencia de sus referencias normativas.

El bello arte de declarar renta – Sebastián Dávila


Si existiera un héroe que tuviera los poderes y virtudes del hombre promedio, tales como: la magia de rendir el sueldo haciendo maravillas, trabajar tiempo extra, paciencia en medio del caos, rendimiento de los pesos comprando con precios del primer mundo en el tercero, entre otros muchos. Ese superhéroe se llamaría:

“SúperContribuyente”

Un héroe común y corriente que trata de trabajar para sacar su proyecto de vida adelante y poder estar tranquilo cuando llegue a viejo y logre pensionarse; eso si sus archienemigos del Gobierno no siguen haciendo todo por evitarlo y así nunca goce de viejo.

Como todo héroe, claro, tiene una antítesis. Ese contrario que equilibra fuerzas cósmicas y hace todo por hacerle la vida imposible. Que en el caso de nuestro SuperContribuyente, y dentro del salón de la injusticia de Gobierno, el peor de sus enemigos es la DIAN, un ser todopoderoso y paquidérmico con la capacidad de sorprenderlo y dejarlo desprotegido, obligarlo a caer en sus tentáculos burocráticos y desampararlo de tal forma que no sepa qué hacer y obligarlo a caer a su merced.

Aquí una de sus aventuras:

La historia del SuperContribuyente declarando renta.

-¿Cuánto se gana chino?

– Más que muchos. Menos de lo que me gustaría.

– Le toca Declarar Renta.

– ¿Por qué? ¿Eso no era para los ricos?

– La DIAN es así, mejor mire cuándo le toca para que no le claven su multa.

Así nuestro héroe, en medio de la más absoluta incertidumbre, comienza lo que para él sería la primera dosis de burocracia sin sentido, que le tocaría vivir el resto de su vida. Paso a paso se dio en la tarea de completar los requerimientos en el periodo estipulado. Confirmó la fecha de su cita. Tenía tiempo, afortunadamente. Averiguó qué papeles necesitaba: certificados de ingresos y retenciones, extractos bancarios, pago de impuestos, valorizaciones, títulos, certificado de deudas, certificado de medicina prepagada, cesantías, pensiones obligatorias y voluntarias… y así seguía. Y seguía.

Afortunadamente, todas las entidades privadas son aliadas del SuperContribuyente y esquematizan todo para ayudarlo a conseguir los papeles en el menor tiempo posible. El problema viene cuando es una entidad gubernamental la que debe expedir un papel.

¿Quién carajo programa los websites del Gobierno?

¿Por qué todos parecen hechos para fallar?

¡Se pregunta él y todos los colombianos!

Por ejemplo: El certificado de tradición y libertad tiene descuento en la página comprándolo online, pero para sorpresa de todos, la plataforma de pagos no funciona. ¡BRA-VO!

SuperContribuyente logra conseguir los papeles, todos menos uno. El RUT actualizado. Ese pedazo de lo que sea que se debe actualizar únicamente en los puntos autorizados por la DIAN. Pero para ponérsela difícil a cualquiera que la rete, hay que pedir cita, que por buena planeación, la cita más cercana es de aquí a dos meses.

¿Qué hacer? Pues hacer el trámite online. Pues SC ya contaba con un RUT viejo, sólo debía iniciar sesión y listo, el resto era “fácil”.

¿Cómo es que es la clave esa?

Si uno no se acuerda de la clave, la única forma de recuperarla es por correo, pero si el correo no está inscrito… hay que actualizar el RUT y la única forma de actualizarlo es pidiendo cita. Jaque Mate.

La paquidérmica página de la DIAN ofrece un correo de servicio al cliente. Al cual SC se tomó el tiempo para contarle el problema y hasta adjuntar pantallazos para mostrar en el loop miserable en el que había entrado. Al enviar el correo pasó lo que debía pasar cuando todo está diseñado para salir mal: el correo aquel no existe. Ahí SC descartó la página web y el servicio por mail.

Siguiente paso: línea teléfonica. Lo que SC no sabía es que la DIAN es tan descarada que si un usuario necesita más de 7 u 8 minutos debe llamar “por cobrar” y además de hacer reclamación, la desgraciada de la DIAN le obliga a pagar la llamada. ¡BRA-VÍ-SI-MO!

A pesar de todo, llama. Lo atienden velozmente. Le dicen lo que ya sabe y que no lo pueden ayudar. Le dicen que puede buscar el milagro en cualquier centro DIAN. El más fiable el de la 74. Se va hasta allá. Miente para entrar porque sabe que no tiene cita. Lo atienden. Lo mandan al carajo porque no tiene cita y dice qué quién carajos lo manda allá sin cita. Le ofrecen un halo de esperanza. Lo mandan al punto más lejano de la ciudad: Bima. Tiene que atravesar media ciudad en 30 minutos. Se embute en un trasmilenio. Llega lo más lejos que puede. Le ruega a un taxi para que lo lleve hasta Bima. El taxi se apiada. Corren. Hay trancón. Llegan faltando 5 minutos para que cierren. Lo atienden. Le dan dos fichas, una para actualizar datos y otra para activar la cuenta online. Espera. Espera. Espera. Ve que cierran todo. Lo llaman. Lo demoran 3 minutos. Por fin actualiza su RUT. Cuando va a pedir la cita para el turno online le dicen que ya no hay citas. Sufre como Precious. Le toca volver al otro día. Se siente derrotado.

Derrotado. Ese es el sentimiento de todos los “SuperContribuyentes” que siempre ven en los procesos trabas y no progreso. Que se acostumbraron a ver cómo a pesar que hacen todo por hacerles la vida imposible contribuyen con el país y aún así los roban de frente y sin asco.

Autor:
Sebastián Dávila
El bello arte de declarar renta
https://medium.com/@soymuyaburrido/
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