Este artículo fue publicado hace más de un año, por lo que es importante prestar atención a la vigencia de sus referencias normativas.

El vaso medio lleno


El próximo año no será fácil. Ya lo anuncian los medios, lo vaticinan los expertos y lo empieza a sentir nuestro bolsillo. Pero en medio del complejo panorama que se avecina, la contaduría pública podría ser una de las profesiones menos afectadas si se hacen las cosas bien.

Permítanme una anécdota personal para darle contexto a mi argumento. Después del ajetreo de mitad de año, que especialmente en Actualícese es muy alto por el denso contenido editorial que elaboramos por esos días, un fuerte virus se apoderó de mí. “Es de esos virus que andan”, diagnosticó coloquialmente el médico. “En tres días estará listo”. Pues no: fueron 6 días horrorosos que me impedían leer más de 140 caracteres sin necesitar una siesta.

Pero tuvo algo bueno: como físicamente no podía trabajar (“a ver si al menos así descansa”, decía mi esposa), estuve muy inmerso en las redes sociales.

¡El contador era el centro de la discusión!

Y ahí, sin querer queriendo, sin ser trending topic (“tema de moda” o algo así), el contador público era protagonista de las discusiones. Durante un par de días, en medio de comentarios mordaces y memes atacando al Gobierno por la reforma tributaria, era constante ver comentarios del tipo “los contadores deben estar felices, ahora sí les llegó trabajo”.

Algunos me preguntaron por Twitter acerca del tema. Y bueno, la respuesta lamentablemente es ambigua: sí y no. Debí explicar que al contador público no lo beneficia el caos y la improvisación, y lo que puede verse como una carga de trabajo que genera ingresos seguramente en la realidad se convierta en una carga extra de trabajo que no será remunerada justamente. Que el contador necesita sacar de su presupuesto toda su capacitación (algunas empresas lo asumen, sí, pero son la excepción, no la regla) y que la Dian no es nada considerada en términos tecnológicos (con una plataforma obsoleta que no provee la mitad de los servicios requeridos por las empresas para su gestión tributaria diaria, sumada a una pésima gestión de los picos de concurrencia tecnológica que una entidad tan importante del estado debería proveer), hacen al contador realmente más una víctima de la administración tributaria que un usuario privilegiado de sus servicios. Las horas de trasnocho subiendo archivos a la Dian no son pagadas por nadie.

Pero dejemos de quejarnos, porque si hay oportunidades tampoco hay que ser ciegos.

Y para que esas oportunidades generen dinero o una mejor posición en la jerarquía empresarial se necesitan tres cosas:

1. Aprender a comunicarnos con nuestros jefes o nuestros clientes

Hacer entender la urgencia de un plazo tributario o la necesidad de un cambio profundo en los procedimientos corporativos a causa de los Estándares Internacionales requiere de tino, buena redacción, carácter (sobre todo esto: carácter) y sentido del tacto para que nos tomen en serio. Si todo es urgente, dejan de escucharnos. Si todo es postergable, también. Si nos comunicamos bien (por email, verbalmente, a través de medios formales), nos tomarán en serio.

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2. Actualizarnos sin pausa

“Si claro”, dirán “como es de Actualícese, querrá que le compremos todos los cursos y libros”. Otra vez, sí pero no. O sea, sí quiero que lo compren, pero ya lo he repetido varias veces en diversos escenarios: con el contenido gratuito que publicamos a diario es suficiente para estar al día, solo hay que estar pendientes. Mi punto aquí es que el contador público, junto a los galenos, están en una de las pocas profesiones en donde una omisión de actualización profesional puede sacarlo del mercado. A un pintor pueden no importarle las técnicas más innovadoras, porque puede dedicarse a los clásicos; un matemático puede pasar su vida dándole vueltas a la ecuación de Fermat; un economista puede sacar conclusiones de estudios antiguos para generar nuevas teorías, sin tener que ir por años a seminarios de actualización.

El contador no. El contador necesita estar al día, ya sea por medios gratuitos (mucho mejor, y en esta página estamos a la orden) o pagando (mejor si lo paga su empresa). Un contador que no esté al día puede terminar metiendo la pata funestamente y comprometer así su dignidad profesional. Actualización, actualización, actualización.

3. Cobrar lo justo

Qué le vamos a hacer: la contaduría cuenta con el índice más alto de “buenagentes” per cápita en la industria nacional de servicios. Pocos colegas cuentan con una tabla de honorarios (paradójico, dado que somos tan buenos con las tablas en Excel) y muchos menos tienen idea de cuánto pedirle a su amigo por hacerle la declaración de renta, con las muchas novedades normativas y cambios en la estructura del formulario 110 y 210 que se presentan cada año, o para darle un consejo estructurado sobre cómo manejar sus gastos para que terminen siendo deducibles. Y eso si no contamos la competencia desleal, que también es un caso común, pero en mi opinión, obedece a fuerzas del mercado igual de poderosas a las que nos impiden cobrar una hora adicional por el trabajo que supone hacer esa declaración válida ante la Dian.

En fin, son muchas las oportunidades que el contador público puede capitalizar en el turbulento escenario normativo que plantean estos tiempos. Pero sin desarrollar esas tres habilidades difícilmente se podrá.

Creo que esto merece una discusión más amplia; mientras tanto, ¿qué cree usted? ¡Escríbamelo en los comentarios!

Juan Fernando Zuluaga Cardona
Fundador y director ejecutivo de Actualícese.

 


 

Juan Fernando Zuluaga Cardona
Fundador y director ejecutivo de Actualícese. Además, ha sido docente, conferencista y emprendedor con más de una veintena de proyectos, la mayoría alrededor de la tecnología y su interacción con el ser humano.
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