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Esta vez hagamos la tarea


Este es quizás uno de los momentos más difíciles de los últimos años, y cuesta trabajo visualizar cómo será que saldremos adelante. La pandemia parece no tener fin, las finanzas públicas están en rojo, el descontento social se hace sentir en las calles y existe gran incertidumbre respecto a las elecciones presidenciales del año entrante. Quisiéramos saber desde ya quiénes de la larga lista de candidatos y precandidatos que conocemos hoy llegarán a la primera y a la segunda vuelta, algo, por supuesto, imposible.

Sin embargo, esta no es la primera vez que enfrentamos una situación en la que tantas cosas están en juego. Basta recordar los últimos años del siglo XX, en particular 1999, cuando la economía decreció un 4,9 %, la tasa de desempleo llegó al 22 %, el país perdió el grado de inversión y se desató además una severa crisis bancaria. Esto, sumado a los años de inseguridad de comienzos del siglo XXI, llevó a muchos colombianos a salir del país e, incluso, a considerar que Colombia era un país no viable.

Era clara la necesidad de emprender grandes transformaciones para crecer a tasas altas y sostenidas, lograr un mayor bienestar para la población y prepararse para enfrentar posibles crisis futuras. Se negoció el tratado de libre comercio con Estados Unidos y se elaboró una ambiciosa agenda de competitividad de largo plazo, enfocada esencialmente en educación, infraestructura, diversificación y sofisticación del aparato productivo, así como en mayor apertura económica y exposición al mercado internacional.

Desafortunadamente, el compromiso con esta agenda se desvaneció rápidamente. Las condiciones externas favorables en ese momento –buenos precios de materias primas, en particular del petróleo, y alto crecimiento de la economía mundial– condujeron a la recuperación de la economía, al aumento de la inversión y al mejoramiento de los indicadores sociales. Otro factor fundamental fue la mejora significativa de las condiciones de seguridad.

Los años de prosperidad que siguieron, y quizás el creer que las condiciones favorables serían permanentes, nos desviaron de la agenda y nos llevaron a posponer las tareas que se habían identificado como indispensables. Nos creímos el cuento, y solo cuando llegó la destorcida de los precios del petróleo nos dimos cuenta de lo costoso que resultó no haber aprovechado los buenos años para hacerlas.

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Hoy, frente al sinnúmero de vulnerabilidades que destapó la pandemia, una vez más estamos convencidos de la importancia de sacar adelante la agenda pendiente, además de las nuevas necesidades en materia de digitalización generalizada, protección social y sostenibilidad ambiental.

Es en esto en lo que debemos enfocarnos en este año preelectoral. Exigir que los candidatos incluyan estos temas en sus programas de gobierno y que, además, se comprometan a sacarlos adelante. El tan anhelado desarrollo económico y social solo será posible si se generan las condiciones para lograrlo.

Ahora bien, aunque aún hay mucha incertidumbre respecto a cómo evolucionará la pandemia, una vez más podríamos estar frente a una situación en la que las buenas condiciones externas, aunque positivas para la reactivación económica y para sacarnos del pesimismo, nos distraigan nuevamente.

El aumento de los precios de las materias primas es una gran noticia: el del petróleo, para fortalecer las finanzas públicas; y el del café, para estimular la demanda interna. No obstante, son puramente coyunturales y jamás podrán sustituir una agenda de país bien estructurada, aunque se demore años en ejecutarse.

Los países son como las catedrales. Toma años construirlas, a veces siglos, pero al final se está frente a una obra maravillosa.

Rosario Córdoba Garcés
Presidenta del Consejo Privado de Competitividad

 


 

Rosario Córdoba Garcés

Economista y Magister en Economía de la Universidad de los Andes. Actualmente se desempeña como presidente del Consejo Privado de Competitividad

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