Este círculo vicioso hay que romperlo empoderando a las mujeres para que sean parte del mercado laboral, tengan independencia económica y reduzcan su vulnerabilidad y exposición a situaciones de violencia. Las mujeres necesitan disminuir el tiempo dedicado a trabajo no remunerado.
Aunque parezca paradójico, la visibilización de las condiciones de vulnerabilidad en la que viven muchas mujeres ha sido muy positiva durante la pandemia, tanto desde la perspectiva laboral como en sus propios hogares. Situación que se ha visto exacerbada por la crisis y, además, debemos atender de inmediato e integralmente.
Por el tipo de trabajo que realizan, concentrado mayoritariamente en sectores afectados por las cuarentenas y los cierres, muchas mujeres perdieron su empleo y aún hoy no han podido recuperarlo; por cada cuatro hombres que volvieron a estar ocupados, solo tres mujeres lo han logrado.
Además, por el cierre de los colegios y la distribución inequitativa de las labores domésticas y de cuidado, el tiempo promedio que las mujeres dedican diariamente a actividades no remuneradas es 5 horas superior al dedicado por los hombres.
Pero ahí no paran las cosas. La violencia doméstica, que afecta principalmente a mujeres, niños y niñas, también aumentó con la pandemia. Gracias al esfuerzo del Dane por producir estadísticas con enfoque diferencial y, en particular, por la inclusión de preguntas relacionadas con violencia doméstica –psicológica, física y sexual– en la encuesta Pulso Social, hoy sabemos que la violencia psicológica es la más prevalente y afecta principalmente a las mujeres, quienes por lo general son agredidas por sus parejas o exparejas.
Ahora bien, para dimensionar el impacto de la violencia sobre las mujeres y la sociedad, vale la pena explorar el Informe de Desarrollo Humano 2021, publicado recientemente por el PNUD, en el cual se analizan los vínculos entre violencia, desigualdad y productividad.
Según el informe, una mayor desigualdad puede conllevar aumentos de la violencia y, a la vez, conducir a la profundización de la desigualdad. La violencia, además, impacta el crecimiento económico al reducir y distorsionar la inversión, afectar la formación de capital humano y la productividad.
En un contexto de desigualdad de género la violencia impacta particularmente la salud mental de las mujeres, entorpeciendo sus habilidades cognitivas, emocionales y sociales. Esto limita su capacidad para aprender y generar ingresos, así como su productividad laboral, y ahonda las desigualdades en educación, salud y acceso al empleo. Incluso interviene con la crianza de sus hijos.
Este círculo vicioso hay que romperlo, y la manera de hacerlo es empoderando a las mujeres para que sean parte del mercado laboral, tengan independencia económica y reduzcan su vulnerabilidad y exposición a situaciones de violencia.
En este sentido es bienvenida la iniciativa del Gobierno de subsidiar parte de la nómina de empresas que generen empleo para mujeres. Igualmente, es destacable la creación del Fondo Mujer Emprende, que busca promover emprendimientos fundados, cofundados y liderados por mujeres.
Sin embargo, para que las mujeres realmente puedan aprovechar estas oportunidades necesitan disminuir el tiempo que dedican al trabajo no remunerado. Esto se logra redistribuyendo la carga del cuidado de manera equitativa, lo cual puede facilitarse a través del aumento de la oferta de servicios asociados al cuidado de personas con diferentes grados de dependencia. Un buen ejemplo de este tipo de iniciativas son las Manzanas de Cuidado, creadas por la Alcaldía de Bogotá, que buscan liberar el tiempo de las mujeres para acceder a oportunidades de educación y trabajo, y así reducir la feminización de la pobreza.
Mientras no abordemos la situación de las mujeres de manera integral, Colombia seguirá desperdiciando el potencial y talento de la mitad de su población, con altos costos en crecimiento y desarrollo social.
Rosario Córdoba Garcés
Presidenta del Consejo Privado de Competitividad