Mauricio Gómez Villegas, profesor asociado de la Universidad Nacional de Colombia y exsubcontador General de la Nación, afirma que los contadores públicos no somos proveedores de servicios al mejor postor, sino productores de confianza pública.
Mauricio Gómez Villegas, profesor asociado de la Universidad Nacional de Colombia y exsubcontador General de la Nación, afirma que los contadores públicos no somos proveedores de servicios al mejor postor, sino productores de confianza pública.
El rol de los contadores públicos en las empresas, las organizaciones públicas y los mercados es determinante. Las organizaciones no operan sin confianza, y la confianza se construye con información. La confianza es un intangible, un valor. El papel de la contabilidad es producir información de los intercambios económicos y los contadores públicos revisten de confianza esa información para que los mercados operen, las empresas permanezcan y el Estado funcione.
Tenemos que mejorar muchos aspectos y formarnos más y de mejor manera. Igualmente, poseemos la responsabilidad de construir cultura contable entre los empresarios, los gerentes, los administradores públicos y la sociedad. Construir cultura contable implica que la sociedad reconozca la importancia de los contadores, no solamente por las obligaciones legales y tributarias. La cultura contable implica que el Estado entienda que la contabilidad es un instrumento de rendición de cuentas. Pero este control no es solo de los aspectos tributarios; es un control de eficiencia, cumplimiento y equidad. Claro, la dimensión de las responsabilidades tributarias es importante para el Estado, pero no solamente para este. Los empresarios necesitan reconocer que la contabilidad es vital para conseguir organizaciones más productivas y sostenibles. Para ello, la legitimidad que le otorga a las empresas la rendición de cuentas por medio de la contabilidad es clave.
El control y la rendición de cuentas han sido dos de las funciones vitales que a la contabilidad se le ha entregado por años. Ocurre que, con la hegemonía de los mercados financieros, se hizo más preponderante la idea que la contabilidad debe ser útil para la toma de decisiones de inversores en bolsas. Esa función ha transformado, quizás de manera problemática, el rol del control de la contabilidad. Que la contabilidad sea útil para las decisiones de inversores en mercados, implica que las mediciones contables y los criterios de valoración del ingreso y de la riqueza entren en el campo de las proyecciones que haga la gerencia para tener contentos a los inversores; esto implica perder la prudencia. Cuando se pierde la prudencia, la contabilidad inicia un proceso en el que se preocupa menos por lo que ocurrió (los hechos) y más por lo que la gerencia espera que ocurra (los pronósticos).
Los gerentes deben ser optimistas o de lo contrario no podrían gerenciar; la contraparte es que los contadores debemos ser prudentes, para que el excesivo optimismo no promueva la especulación, la búsqueda de rendimientos a costa de la productividad y la realidad y para que el sistema no entre en crisis. La estructura de la ficción, de la búsqueda de rendimientos a toda costa en el corto plazo está en el núcleo de la corrupción contemporánea. Eso fue lo que ocurrió con DMG, con las Subprime en EEUU, con Interbolsa y, recientemente, con las libranzas de Estraval en nuestro país. Lo anterior implica que la lucha contra la corrupción impulse un retorno a la contabilidad para el control y el accountability.
Creo que los contadores públicos debemos resguardar los valores más importantes de la profesión: ser fiables, prudentes y responsables. Pero en el contexto de cambios mundiales, requerimos ser competentes para producir diversos tipos de información (productividad; social, ambiental, de recursos humanos, estratégica; nuevas formas de control y de rendición de cuentas; reportes integrados, etc.). Si los contadores pensamos que solo el rol tributario será la fuente de nuestro hacer, entonces no podremos competir de forma adecuada en el mundo contemporáneo. En síntesis, debemos recobrar y salvaguardar los valores profesionales. No somos proveedores de servicios al mejor postor: somos productores de confianza pública.
Los Estándares Internacionales seguramente tendrán alguna utilidad para algunas empresas, quizás las más globalizadas y que participen en bolsas, pero veo muchos de sus requerimientos como inadecuados para otras empresas. Su enfoque, centrado en información para actores en bolsa, puede ser inadecuado para las pymes. Creo que algunos tratamientos tienen una representación financiera importante. Otros, por el contrario, son fruto de abstracciones, basadas en la economía neoclásica, que resultan problemáticos para reflejar la realidad productiva. El peor problema, es que hubo y hay personas que creen que cambiando las normas contables se solucionan los problemas de la profesión y de la información empresarial; así se vendió este cambio. Tal concepción no es conveniente.
Mucho del movimiento que se ha dado es para “cumplir” con los cambios que los decretos implican. No sé qué tanto el cambio de estándares está transformando la profesión, mentalidad y cultura contable de contadores y gerentes. Seguro está aportando, pero debemos hacer muchas mejoras en el sistema contable (educación, profesión, regulación, principios, educación continua, cultura contable, relación con los sectores productivos, etc.) para que la contabilidad logre los propósitos sociales que le atribuimos y esperamos.
Los Estándares Internacionales crearon un mercado para ofrecer servicios. Como siempre, ha sido un mercado asimétrico, donde unos ganan más que otros. No obstante, creo que los contadores están entendiendo que deben capacitarse y entrar en movimiento. Ya veremos si estas nuevas normas, de verdad, repercuten en una mejor representación de la realidad y en toma de decisiones. Tengo serias dudas.
Muchos aspectos son buenos: es una profesión muy noble, que siempre permite el avance social y la ocupación de sus practicantes. La contabilidad y la información que producimos es tan importante, porque conceptos centrales en el capitalismo solo existen cuando la contabilidad los mide: por ejemplo, las utilidades. No hay otro sistema para medir eso. Por ello, mientras estemos en el capitalismo, la contabilidad estará vigente. Para que una empresa sea reconocida socialmente, para que “exista”, para constituirla legalmente o inscribirla en instancias de comercio (Cámaras de Comercio), lo primero que socialmente se pide es un balance de apertura. Asimismo, cuando en la contabilidad se presentan pérdidas que significan impactar un porcentaje legalmente establecido del capital, la empresa debe disolverse, porque pueden ponerse en riesgo los recursos de terceros. Con la contabilidad inicia y finalizan las empresas. Todo esto es lo bello, lo bueno y bonito de la profesión, su poder para hacer, su importancia. Ni qué hablar de los instrumentos financieros derivados, entre otras modernas dinámicas financieras.
Creo que lo malo y lo feo de la profesión se relaciona con los bajos niveles de educación profesional y de la poca cultura contable de los empresarios y el Estado. Esto se explica por muchas razones: intereses económicos, oligopolios en el ejercicio de la profesión (la industria contable) y quizás la dinámica tan “formalista” de nuestro país, donde la gente cree que simular que se cumple con la legalidad es conseguir la realidad y ser verdaderamente responsables. La fe pública, la confianza y la producción de información para el contexto y la productividad son asuntos claves para el desarrollo de la profesión.