Este artículo fue publicado hace más de un año, por lo que es importante prestar atención a la vigencia de sus referencias normativas.

Le llaman “la nueva normalidad” al escenario actual de pandemia y al que vendrá pospandemia


Le llaman “la nueva normalidad” (o “the new normal”) al escenario actual de pandemia y al que vendrá pospandemia. Absolutamente todo ha sido impactado, en mayor o menor medida, por el COVID-19 y sus efectos colaterales.

El mundo de los negocios, por supuesto, no es ajeno a esta situación y mucho se ha escrito sobre las pesimistas predicciones de crecimiento, las caídas en ingresos (reales, no solo contables como lo supone el Gobierno nacional, aunque ese es otro tema) y las consecuencias en lo económico, lo jurídico y, en consecuencia, lo contable, en particular en la manera de prestar los respectivos servicios.

Quienes cuentan con una oficina para realizar sus actividades corporativas se han dado cuenta de que tal vez no necesitan pagar esos arriendos tan desmedidos (influenciados por la eterna “burbuja inmobiliaria” de las grandes ciudades) y que les ocupa una parte muy importante de sus costos fijos. Si no es indispensable, como no lo es, contar con esos metros cuadrados, ¿para qué tenerlos entonces? Es propia de nuestra cultura de país subdesarrollado la búsqueda de muestras visuales de demostración de poder. Un automóvil grande, una oficina de mucho espacio suelen ser vistos por algunos como una demostración de estatus y poder.  ¿Lo son?

Dentro de los tantos efectos de esta pandemia en la prestación de servicios contables uno de ellos hace referencia al uso de infraestructura. En ese sentido, muchas voces se han escuchado, por ejemplo, la del CEO de Barclays, para quien tener 7.000 personas trabajando en un edificio quizá sea cosa del pasado, especialmente si este cuenta con una ubicación exclusiva y costosa (como Canary Wharf, en Londres).

Así como ese escenario se plantea para entidades financieras, igual sucede con firmas de servicios profesionales que, con razón, han visto en el teletrabajo una manera de incrementar la productividad laboral, en cuanto cada funcionario puede contar con entre 3 y 5 horas más de trabajo al día al evitarse los desplazamientos a la oficina o a clientes.

El tema no es solo que esta mayor productividad se alcanza a costa de, por ejemplo, una débil cohesión de equipos y un menor sentido de pertenencia con la institución.  ¡Al final, si puedo trabajar desde casa, da igual qué firma lo haga!, dirán algunos.

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Lo preocupante es que la situación está afectando la salud mental de la población laboralmente activa. Un estudio conjunto entre las universidades estatales de San Diego y de Florida indica que ahora 1 de cada 4 adultos en Estados Unidos cumple con los criterios técnicos para ser considerado sicológicamente con un serio desorden mental, lo que implica un aumento de un 700 % respecto a los indicadores antes de la pandemia, siendo aquellos trabajadores con niños pequeños en casa la población más afectada.

La combinación de aislamiento social, ansiedad, incertidumbre económica y presión forma un coctel perfecto para cualquier desorden mental. Se guarda la esperanza de que la “nueva normalidad” sea lo más cercana a la anterior posible. El tiempo lo dirá.

Donny Donosso Leal
Tomado de Contrapartida – De Computationis Jure Opiniones
Número 5057, mayo 25 de 2020.

Donny Donosso Leal
Las publicaciones “Contrapartida” son escritas por miembros de la comunidad académica del Departamento de Ciencias Contables de la Facultad de Ciencias Económicas y Administrativas de la Pontificia Universidad Javeriana.
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