Este artículo fue publicado hace más de un año, por lo que es importante prestar atención a la vigencia de sus referencias normativas.

Proteccionismo, más allá de lo obvio


La semana pasada, en reunión de la Comisión Nacional de Competitividad, el presidente Duque instó a los empresarios a aprovechar el espacio que deja la controversia comercial entre China y Estados Unidos para insertarse en las cadenas globales de valor. Una señal excelente en la coyuntura, dada la necesidad de Colombia de internacionalizarse y aumentar la productividad.

En este mismo sentido, el Banco Mundial publicó recientemente un libro sobre tendencias, determinantes y políticas para aumentar la productividad, en el que reitera que eventos adversos como desastres naturales, guerras y disrupciones económicas, como las crisis financieras, y recesiones profundas, como la generada por el COVID-19, conllevan caídas drásticas y prolongadas de productividad. Una mala noticia debido a que la baja productividad es la principal barrera para reducir la pobreza y lograr un mayor crecimiento económico, sostenible e incluyente.

Se estima que, al ritmo actual, reducir a la mitad la brecha de productividad de las economías emergentes frente a las avanzadas tomará más de un siglo. En Colombia la productividad laboral es el 23 % de la de EE. UU. y el 31 % del promedio OCDE. La brecha con este grupo de países solo ha bajado tres puntos porcentuales en este siglo.

Adicionalmente, el Banco recomienda a los países emergentes fomentar la integración comercial y la inversión extranjera directa, para beneficiarse de la adopción tecnológica, limitada en estos países, pero a la vez determinante para el crecimiento de la productividad laboral en el largo plazo, junto con la innovación, la inversión en capital físico y humano.

Ahora bien, la decisión de internacionalizarse, como lo afirma un reconocido empresario, implica un cambio de actitud y tiene que ver con la forma como la empresa se para frente al mundo.

El amplio respaldo de iniciativas proteccionistas a nivel global puede ser entendible, debido a que las empresas y sectores beneficiados ven sus empleos salvaguardados en el corto plazo; empleos que son visibles y fácilmente identificables. Sin embargo, el costo de estas medidas, que suele no ser calculado ni publicitado, es muy alto.

Los consumidores, por ejemplo, se ven afectados, en especial los más pobres y vulnerables. De hecho, este grupo es el que más tiene que ganar con el libre comercio y el que más pierde con restricciones al funcionamiento de los mercados.

Los impactos de medidas proteccionistas adoptadas por EE. UU. en 2018, vía mayores aranceles, fueron estimados en un artículo académico reciente, con conclusiones elocuentes:

1. En el corto plazo cayeron las exportaciones, debido a retaliaciones que dieron lugar a mayores barreras en mercados de destino.
2. Los precios de sustitutos a las importaciones no cayeron, indicando un traslado de rentas a un sector empresarial.
3. Las pérdidas de consumidores y empresas compradoras de las importaciones afectadas se estimaron en 51 billones de dólares (0,3 % del PIB).
4. En el agregado, incluyendo los mayores ingresos fiscales por aranceles y los beneficios de productores locales, la pérdida real de ingresos fue de 7 billones de dólares.

La integración de la industria nacional a las cadenas globales de valor implica alejarse de medidas proteccionistas, desde las más obvias hasta las más sutiles, como, por ejemplo, barreras administrativas, de propiedad intelectual e incluso campañas que promueven el consumo de productos nacionales que pudieran generar retaliaciones en los mercados externos y afectar a los consumidores colombianos.

Rosario Córdoba Garcés
Presidenta del Consejo Privado de Competitividad

Rosario Córdoba Garcés

Economista y Magister en Economía de la Universidad de los Andes. Actualmente se desempeña como presidente del Consejo Privado de Competitividad

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