En momentos de reflexión por el confinamiento, surgen cuestiones sobre el impacto y la necesidad de mejorar los niveles de cultura financiera.
Los programas de educación financiera tienen un efecto positivo en el conocimiento de las personas y comportamientos financieros de corto y mediano plazo.
Jairo Torrado* es un microempresario preparado financieramente. Ha asistido a cursos sobre costos, gestión de riesgos, seguros y hasta de matemática financiera.
Pese a la amplia capacitación, aún no ha afiliado a sus empleados a la seguridad social; ocasionalmente mezcla las cuentas de la casa con las de la empresa y acude al “gota a gota” cada vez que tiene una emergencia. ¿Por qué, si ya aprendió a nadar, ha decidido no lanzarse al agua?
Este es un hallazgo normal de estudios sobre la efectividad de los programas de educación financiera. En promedio, las capacitaciones ensanchan el conocimiento, pero parecen no generar nuevos hábitos en quienes las toman.
Para el caso colombiano, se hallan investigaciones afines a esta idea. En 2014, por ejemplo, Catherine Rodríguez, Fabio Sánchez y Sandra Zamora evaluaron el programa radial “Viva Seguro”, de Fasecolda.
Después de generar los incentivos para que los oyentes escucharan atentamente el espacio, concluyeron que los conocimientos en temas de riesgos habían mejorado. Sin embargo, las personas decidieron no nadar en el mundo de la adquisición de seguros.
Pese a lo señalado hasta este punto, también se encuentran estudios que prueban que algunas metodologías hacen que personas, como el señor Torrado, aprendan sobre estos temas y actúen en concordancia.
Attanasio, Bird, Cardona-Sosa y Lavado lo corroboraron al evaluar el programa “Lista Para Ahorrar”, desarrollado por Fundación Capital, Prosperidad Social y USAID.
En este se les prestaban tabletas a madres beneficiarias de Familias en Acción, y con ese instrumento se les permitían acceder a contenidos de ahorro, deuda, seguros, entre otros.
Al final se encontraron impactos significativos en el conocimiento, las actitudes, las prácticas y el rendimiento financiero, especialmente en las poblaciones vulnerables, rurales y menos educadas.
Esa aparente contradicción indicaría que no hay consenso sobre el fracaso o las bondades de la educación financiera; y dado que pasa lo mismo en casos revisados en otras latitudes, es menester analizar un contexto más amplio.
Kaiser, Lusardi, Menkhoff y Urban, quizá motivados por esta inquietud, publicaron esta semana un documento de trabajo que consolidó los resultados de 76 experimentos de 33 países, reportados en 68 artículos académicos.
Este ejercicio, conocido como meta-análisis, permitió establecer que los programas de educación financiera tienen un efecto positivo en el conocimiento de las personas y, simultáneamente, en los comportamientos financieros de corto y mediano plazo.
Los investigadores aportan varias recomendaciones para el porvenir. Uno de ellos es la generación de datos y estudios que midan impactos en el largo plazo, y que no sean exclusivamente autoreportes (esos en que las mismas personas responden si entendieron un concepto).
Asimismo, sugieren documentar los costos de cada programa, para estimar la rentabilidad de estas inversiones.
En la discusión sobre el futuro de la educación financiera en Colombia existen dos componentes que recobran relevancia:
El primero es la consolidación de un mejor acervo de información que oriente la toma de decisiones.
El segundo, y a propósito del maremágnum de transformaciones que ha generado el confinamiento, es la evaluación del impacto de intervenciones asociadas al desarrollo de servicios financieros digitales en ambientes de aprendizaje online (Ingreso Solidario sería un buen candidato).
Finalmente, es imperativo que cualquier desarrollo futuro reconozca que se aprende a nadar en el agua.
Por eso, la educación financiera debe ir de la mano de la inclusión financiera, es decir, desarrollada en entornos que permitan que personas, como Jairo Torrado, se familiaricen con los temas, teniendo contacto con el agua.
Al igual que otros aprendizajes, es preferible que sea a temprana edad.
* El nombre reseñado en el texto es ficticio.
Freddy Castro (@freddykastro)
Director de Banca de las Oportunidades.