Mejorar la productividad y el bienestar de los colombianos necesita condiciones adecuadas para la inversión, que la reforma tributaria no puede desconocer.
También tasas competitivas de tributación que incentiven el desarrollo de sectores de alto valor agregado y generadores de empleos de calidad.
El 2021 inicia con la esperanza puesta en la eficacia de las vacunas contra el COVID-19, pero también con evidencia contundente respecto a las secuelas que viene dejando la pandemia.
Pasarán años antes de que el mundo se recupere plenamente del costo de la pérdida de vidas humanas, de la caída de los ingresos per cápita y del aumento de la pobreza.
Además, la reducción en la acumulación de capital físico y humano tendrá un efecto duradero sobre la productividad y el potencial de crecimiento de las economías, que no puede desestimarse.
Según la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo –UNCTAD, por sus siglas en inglés–, la inversión extranjera directa en 2020 cayó un 40 % y seguirá reduciéndose en tanto no se recupere la confianza. Por su parte, el retroceso en el desarrollo del capital humano es preocupante.
Unos 1.600 millones de niños y niñas tuvieron que interrumpir sus clases presenciales, lo que en años de escolaridad significa una pérdida de tres a 12 meses, con efectos para la generación de ingresos futuros.
Así mismo, el desempleo prolongado, particularmente el formal, conlleva pérdidas de competencias en los trabajadores, difíciles de recuperar en el corto plazo, además de desincentivarlos a buscar empleo nuevamente.
El Banco Mundial, en su informe reciente sobre perspectivas económicas, proyecta un crecimiento de la economía mundial de 4,0 % en 2021, y de 3,8 % en 2022, inferiores a los previstos antes de la pandemia.
Para Latinoamérica, el Banco estima un crecimiento económico de 3,7 % en 2021, luego de la caída de 6,9 % en 2020; y para Colombia, un crecimiento de 4,9 %, superior al de la región, y de 4,3 % en 2022.
Advierte, sin embargo, acerca de los riesgos que podrían llevar a un menor crecimiento de las economías. Entre estos están: la dificultad para contener los contagios debido a la poca eficiencia en la aplicación de las vacunas y/o la incapacidad de las autoridades para hacer cumplir las normas de bioseguridad.
Igualmente, clave para el crecimiento es la recuperación de la confianza de consumidores y empresarios, así como políticas monetarias y fiscales adecuadas por parte de los gobiernos.
Sumado a lo anterior, el Banco insiste en la necesidad de que los países lleven a cabo reformas que contrarresten la caída de la productividad, que conduzcan a la asignación eficiente de los recursos entre sectores e incentiven la automatización y la digitalización.
Si bien en el país la tasa de desempleo ha bajado, esto no significa que hayan desaparecido las distorsiones que caracterizan al mercado laboral. La reforma para corregirlas sigue pendiente y posponerla implica profundizar las brechas existentes.
En este sentido, el reciente incremento del salario mínimo, dos puntos porcentuales por encima de la inflación en una coyuntura de pérdida de productividad, no es la mejor decisión. Por el contrario, inhibe la creación de empleo formal y condena a los trabajadores a la informalidad y, por tanto, a la baja productividad; y en esto no hay que equivocarse.
Por último, mejorar la productividad y el bienestar de los colombianos necesita condiciones adecuadas para la inversión, que la reforma tributaria no puede desconocer. Esto es: tasas competitivas de tributación que incentiven el desarrollo de sectores de alto valor agregado y generadores de empleos de calidad.
Rosario Córdoba Garcés
Presidenta del Consejo Privado de Competitividad