Hay que distinguir las deficiencias de los empresarios de las de contadores o de las de autoridades, y todas estas de las eventuales fallas de las normas expedidas.
A veces los profesionales aplicamos reglas en forma irreflexiva, pues de ello derivamos ingresos. Al obrar así, fallamos a la comunidad.
La Dian y sus inventos. En lugar de compartir información con los registros mercantiles y con la Junta Central de Contadores, resuelve inventarse su propio directorio: el RUT.
El gran problema se crea cuando resuelve que solo los empresarios pueden hacer inclusiones o exclusiones en él.
Una empresa debe adoptar políticas de retiro que mantengan la fama de buen empleador. Hay que cumplir las promesas con los empleados y procurar que se sientan felices en el trabajo, cuidando los factores que influyen en ellos. Los jóvenes contadores quieren mejor trato, no quieren trabajar en exceso.
Un operador de lo contable aplica párrafo a párrafo la norma, aun sin conocer sus implicaciones. En cambio, un profesional reflexivo sabrá cuáles son las consecuencias de cada disposición. Sabrá si sus mandatos favorecen o perjudican a alguien y estará preparado para dar explicaciones sobre ello.
Fue un acierto haber confiado a los contadores la revisoría, por su conocimiento y dominio de la información empresarial. La vigilancia de la profesión requiere de medios más técnicos, de mayor envergadura, claramente neutrales. Sirviendo intereses o facciones no se cuida la profesión.
El profesional de la contabilidad es incomprendido cuando esperan que haga cosas que él considera contrarias a las ciencias contables o a la ética del contador. Si todo se resolviera por mayoría, no habría nada que hacer. Es necesario que los contadores se tomen en serio crear una cultura contable.
Cuando nos dedicamos a practicar solo ciertas técnicas perdemos calidad. Un contador debe mantener su nivel de persona culta y preparada para ser un empresario, pudiendo encargarse de varios roles dentro de la organización. Un empresario es mucho más que un conocedor de muchas disciplinas.
“La nueva normalidad” es el escenario actual de pandemia. Todo ha sido impactado por el COVID-19. La combinación de aislamiento social, incertidumbre económica y presión forma un coctel para un desorden mental. Se guarda la esperanza de que la “nueva normalidad” sea lo más cercana posible.
Aunque hechos como esta pandemia no hubiesen podido ser detectados por ningún estándar de riesgo, de haberse proyectado al menos una reducción en las ventas se habría podido alertar a las empresas. Los contadores deberíamos ser capaces de proyectar los estados financieros para advertir estos riesgos.
“El ojo del amo engorda la vaca”. Siempre que se crea una situación de responsabilización podemos esperar un mayor cumplimiento de quien tiene una obligación; es un efecto innegable de la revisoría fiscal, del que abusan las autoridades, exigiendo que los auditores fiscalicen toda clase de deberes.
Un factor esencial en todos los trabajos es la felicidad por el ejercicio profesional. No hay felicidad sino cuando se tiene un comportamiento conforme a la moral, a la ética. Hay que tener claro por qué haremos algo, no sirve comprender la justificación de lo que hicimos.
En lo que tiene que ver con el manejo del COVID-19, nuestro país bien puede observar lo ocurrido en otras latitudes para así poder tomar decisiones en materia de políticas públicas, particularmente por la ventana de algunas semanas o meses de diferencia que tuvimos respecto de Asia o Europa.