Este artículo fue publicado hace más de un año, por lo que es importante prestar atención a la vigencia de sus referencias normativas.

Echavarría Olózaga y los Impuestos sobre la Tierra – Andrés Escobar


Enviado el Wednesday, 15 March a las 09:34:18


Andrés Escobar
Experto en desarrollo urbano

Don Hernán encontró al final de su vida nuevos aliados para sus propuestas. Uno fue Douglas North, quién ganó el Nobel de Economía por mostrar la relación entre las instituciones y el desarrollo económico.

La personalidad de Hernán Echavarría Olózaga resulta fascinante por la diversidad de sus intereses y capacidades. También porque pese a su estricta formación de economista, siempre estuvo abierto a teorías y ramas del saber que le permitieran fundamentar mejor sus emprendimientos y sus propuestas de políticas para superar la pobreza.

Además de sus realizaciones concretas, sus numerosos escritos representan un legado inmenso. Uno de los temas que más y mejor trató fue el del papel de la tierra en el desarrollo económico. Una buena síntesis de su trabajo de varias décadas fue el ensayo que presentó al recibir el Doctorado Honoris Causa de la Universidad de Los Andes, hace dos años.

En este trabajo volvió a insistir, pero con la fuerza que sólo pueden transmitir quienes por su edad ya no tienen nada que ganar ni perder, lo que fue el núcleo de su propuesta: «Lo único que puede resolver el problema de la indigencia y la pobreza de gran parte de la población, es un impuesto a la tierra».

Este párrafo central ha sido citado con frecuencia fuera del contexto de toda su argumentación y por eso ha servido para conclusiones equivocadas. Porque detrás de la afirmación de Echavarría hay mucho más que una propuesta fiscalista, gracias a la cual gravando a los dueños de la tierra se podría recaudar el dinero necesario para brindar educación, salud y vivienda a toda la población.

Esta interpretación fiscalista y simplista, fue usada durante varios debates de leyes para invalidar toda su propuesta. A patir de ella, fue fácil calificar las ideas de Echavarría Olózaga como trasnochadas o buenas para el siglo XIX, cuando la principal forma de riqueza era la tierra. Como ahora hay riquezas más importantes que la tierra, cosa que es cierta, es mejor gravar esos otros patrimonios, dijeron. Falso. Esta argumentación soslaya que la propuesta no fue hecha para recoger dinero, sino para alinear los incentivos y las actuaciones privadas con el interés general.

Decía Echavarría, que tenía porqué saberlo, que en Colombia, comprar tierra como inversión ha sido una actividad rentable, incluso si no se explota y se usa sólo como alcancía para esperar la valorización y es gracias a esa rentabilidad de la tierra que muchos capitalistas han podido eludir su responsabilidad social de crear empresa y generar empleo.

Su formación económica le sirvió para afirmar que aquí la valorización de la tierra actúa parecido a las tasas de interés, cuyo nivel determina el monto de la inversión en capital productivo en el país. Pero también nos explicó que bastaba el sentido común para entender que cuanto mayor resulte la rentabilidad de comprar tierra en un país, menos van a ser los proyectos de inversión a riesgo que se van a emprender y menos los puestos de trabajo disponibles.

El impuesto a la tierra, -por ejemplo el 2 por ciento anual adicional al predial que él proponía-, serviría para presionar a todos los propietarios de la tierra que no producen esta cantidad líquida todos los años. A ellos les tocaría intentar poner su tierra a producir esa cantidad o venderla para invertir en otros activos. Y para los inversionistas sin tierra, el impuesto les desanimaría a comprar, a menos que tuvieran un gran proyecto productivo entre manos. El impuesto serviría entonces para incentivar a los capitalistas a invertir en lo que es socialmente conveniente.

Y en el campo, el impuesto actuaría como una reforma agraria silenciosa: la tierra comenzaría a pasar de las manos de quienes no encuentran la manera de hacerla productiva a las de aquellos que le apuesten a lo contrario. Y al caer la demanda de tierra para fines acumulativos, su precio bajaría, cerrando así el ciclo justo donde se apunta: al bajar los precios de la tierra, se favorecen los precios de los alimentos y más competitiva se vuelve la agricultura en el mercado internacional.

Echavarría Olózaga encontró al final de su vida nuevos aliados para sus propuestas. Uno de ellos fue Douglas North, el Nobel de Economía que ganó su premio por mostrar la relación entre las instituciones y el desarrollo económico. Sus estudios mostraron cómo países similares podían desarrollarse distinto dependiendo de sus instituciones, entendidas como las reglas de juego, escritas y no escritas, que rigen las actividades económicas. Por ejemplo, no le va bien a las regiones rentistas que apagan la creatividad, ni a los que elevan los costos de transacción que le ponen fricción a las actividades productivas. Ya hay muchos estudios y bastante consenso en que los incentivos y las reglas constituyen una forma de capital -el social-, que explica tanto o más que el capital físico la dinámica económica de los países.

Las teorías de North reforzaron su convicción sobre la necesidad de darle a los capitalistas los incentivos correctos para que no se distraigan en la acumulación de tierras y más bien encuentren fácil invertir en empresas productivas: «si nosotros los latinoamericanos no somos una sociedad empresarial, es porque no hemos querido que sea».

Echavarría Olózaga también encontró en los últimos años varios aliados en Colombia, y la prueba de la validez de sus teorías es que se trata de personas con muy diversas ubicaciones dentro del espectro ideológico.

En la academia y la opinión se destacan Rudolf Hommes, Javier Fernández y Salomón Kalmanovitz. Este último se ha mostrado convencido de que elevar los impuestos a la tierra forzará a los propietarios a vender los excesos de tierra improductiva, bajará los alimentos, subirá la capacidad de compra de los salarios, mejorará la distribución de ingresos sobre todo en el campo, y traerá otra serie de beneficios para la legitimidad del Estado en zonas de conflicto.

Por su parte, Enrique Peñalosa, lleva años apoyándose en las tesis de Echavarría para organizar sus propuestas. No solo impulsó mayores impuestos al suelo, sino que se fue más allá hasta proponer que el Estado compre todas las tierras rurales que rodean las ciudades, para que no siga siendo buen negocio acumularlas a la espera de valorizaciones, obstaculizando además la expansión ordenada de las ciudades.

Pero el aliado más visible y exitoso por estos días es Gustavo Petro, cabeza triunfante del Polo Democrático al senado, quien citando a Echavarría Olózaga formuló su propia versión: «El acelerado proceso de valorización del suelo desvía enormes masas de capital de la actividad productiva hacia el artificio». Y su actuar ha sido consistente, pues como Representante en la Cámara propuso, no una sino varias veces, elevar las tarifas del impuesto predial. Un gran aliado que llega al Senado, al igual que la ex ministra liberal Cecilia López, quien también ha apoyado el impuesto a la tierra, del que ha dicho que «es una manera moderna de abordar el drama de la concentración y genera un ingreso importante al fisco».

El gobierno de Uribe ya ha trazado las líneas principales de la agenda legislativa 2006, que incluye la reforma a las transferencias territoriales y la reforma tributaria estructural. Los dos temas tienen un punto de cruce en los impuestos locales. En la medida en que los municipios fortalezcan sus fuentes propias de ingresos, menos presión habrá sobre las transferencias desde el nivel nacional y sobre los impuestos de todos los niveles territoriales que elevan los costos de transacción y de generación de empleo. El impuesto a la tierra, que por definición constitucional pertenece a la órbita local, es entonces una pieza fundamental para la nueva estructura tributaria, si se quiere que ésta además de solucionar problemas fiscales genere flujos de inversión privada que apoyen el desarrollo económico y social.

Don Hernán Echavarría Olózaga puede descansar en paz: con su trabajo intelectual, regó semillas que después de años están germinando dentro de muchas parcelas ideológicas, con la fuerza del sentido común.

Tomado de Portafolio, Marzo 13 de 2006

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