Este artículo fue publicado hace más de un año, por lo que es importante prestar atención a la vigencia de sus referencias normativas.

Los contadores no son robots que reciben de un lado y entregan por el otro – Hernando Bermúdez Gómez


Con mucha frecuencia algunos contadores nos preguntan cómo protegerse de las mentiras que les digan sus clientes, quienes los llevan a suscribir documentos ignorando las deficiencias o falsedades que esconden. Es una cuestión muy difícil en la que sentimos no estar aún muy preparados. Partimos de la afirmación según la cual cada uno responde por sus actos (hacer o no hacer) y no por lo que otros hagan. Si un cliente engaña, el que debe ser castigado es este y no el contador víctima de la mentira.

Ahora bien, se espera de los contadores una posición analítica, que las normas del aseguramiento denominan “escéptica”. Así, un cliente puede decir muchas cosas, pero el contador deberá desmenuzarlas y compararlas con otras fuentes, a fin de concluir si resisten un juicio sobre su veracidad.

Los contadores no son robots que reciben de un lado y entregan por el otro; son profesionales a los que se privilegia por su forma de pensar. Ellos, se supone, son los más preparados para identificar la realidad económica y reflejarla a través de la información. Esto no quiere decir que sean infalibles, cual emisión de rayos X que todo revela. Quiere decir que hay mentiras que no toleran el análisis cuidadoso, diligente y profesional de un contador, pero hay otras que no pueden desenmascararse por falta de datos adicionales. Muchas veces los datos que permitirían desvelar una trampa están en manos del Estado, pero este no los comparte. Posteriormente, los particulares no advierten que las apariencias no corresponden con la realidad. En estas situaciones, sin duda alguna, el culpable es el Estado, que teniendo la llave no ha sabido dársela a los que con ella tienen la capacidad de abrir.

Muchos empresarios ganan a través de mentir; no facturan porque no declaran, no recaudan IVA, tampoco lo consignan, no pagan otros impuestos como el de industria y comercio, no llevan contabilidad y pretenden que su información presente la imagen que les conviene, ocultando los flujos que les favorecen. Algunos de los que esto hacen son pobres y otros son ricos; hay quienes con tales prácticas lograron pasar de pobres a ricos.

Nosotros estamos de acuerdo con Perry, al establecer que hay muchos mitos.

Él afirmó: “Los mitos griegos educan; los tributarios oscurecen el debate para favorecer intereses económicos o el populismo político”. El nivel de impuestos que la clase media debería pagar debería ser el resultado de establecer qué se recibe a cambio del Estado, porque si toda la salud, educación, vivienda y vestido se recibiera del Estado los impuestos bien podrían ser muy altos. Pero cuando ello no es así, es hábil salir a plantear que en todas partes la clase media paga impuestos. El problema es que los pobres no pagan porque no tienen con qué y los ricos pagan menos porque el ordenamiento, construido como a estos les gusta, los trata con gran benevolencia, mientras la clase media, que con facilidad se convierte en pobre, paga sumas muy significativas. ¿Será que tres o cuatro meses de trabajo para el Estado es poca cosa?

Hernando Bermúdez Gómez
Editor Contrapartida, Novitas, Registro Contable, Vademécum
Tomado de Contrapartida – De Computationis Jure Opiniones
Número 3807, septiembre 17 de 2018

Hernando Bermúdez Gómez
Las publicaciones “Contrapartida” son escritas por miembros de la comunidad académica del Departamento de Ciencias Contables de la Facultad de Ciencias Económicas y Administrativas de la Pontificia Universidad Javeriana.
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